domingo, 18 de septiembre de 2016

La voz del silencio

Llego a casa tras un día agotador en el trabajo. Jamás pensé que trabajar en una oficina, seis horas sentado, iba a ser un trabajo tan psicológico.
Muchas veces, sin pensarlo, acabo tirándome en plancha en mi cama, dejándome sucumbir con Morfeo pero, otras veces, también me sucede que no logro conciliar el sueño porque mi mente no para de gritarme en silencio.

Así es, un día tras otro, la rutina aplastante llega a ser aburrida y necesito desconectar, cargar energías y encontrarme conmigo mismo. Para ello siempre suelo ir al mismo lugar, a veces incluso a la misma hora. Mi lugar de retiro no es otro que un paseo del río de mi ciudad. Un río asqueroso, totalmente contaminado por vertidos industriales y en el que los peces no se como sobreviven. Quizás estén acostumbrados a su rutina, rutina a la que los humanos jamás no llegamos a acostumbrar.
Pero, por mucho que el río pueda estar sucio, no deja de ser mi rincón. Me siento en la orilla, miro la calma de su agua e intento siempre calmar mi interior, en silencio. A veces, escucho las canciones que en ese momento mi corazón me dice que escuche, aunque otras veces simplemente me dejo llevar por el silencio, por mis lágrimas en mi rostro. No siempre son lágrimas de tristeza, al contrario, suelen ser lágrimas de agotamiento. Lágrimas que se mezclan con la arena del río, que caen y ofrecen su humedad.
Pero otras veces no lloro, últimamente sonrío al río, a la naturaleza, para agradecerle encontrar ese resorte que acabó con mi desesperanza al sentirme bien. Ese resorte es el claro sentimiento de sentir algo, ya sea por sentirme reconfortado con mi vida diaria o también por sentir algo especial.
Y es que, hacía muchísimo tiempo que no me sentía así. Mis ojos dejaron de brillar y ahora lo vuelven a hacer. Vuelven a brillar por sentirme totalmente completo, por acabar con esa sensación horrible de haber estado mucho tiempo en una sombra oscura de la que, gracias a Dios, logré salir por mí mismo. Me siento liberado y quiero compartirlo.

Gracias al escuchar la voz del silencio, he podido dejar que, por fin, pueda fluir. Y así hago siempre, fluyo como el agua de mi río.

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